Lo promovió como panacea. Dijo que era el remedio a los problemas ancestrales de los mexicanos. A 16 años de distancia, no obstante, el Tratado de Libre Comercio que Carlos Salinas de Gortari firmó con Canadá y Estados Unidos ha demostrado que sólo sirvió para exacerbar la desigualdad en nuestro país.
Cierto, algunos sectores hoy exportan más mercancías que antes, pero el grueso de la población ha visto caer el empleo, el cierre de empresas, el abandono del campo, la bajísima producción de alimentos y la consecuente importación —cada vez mayor— de innumerables productos que dejaron de hacer aquí empresas quebradas o resulta más barato comprarlos en el exterior.
Con la firma de ese TLC, Carlos Salinas habló de la integración y nuestro ingreso como país al primer mundo. En realidad lo que logró fue alentar el comercio irrestricto de mercancías y capitales omitiendo el libre tránsito de personas, deseosas o urgidas de vender libremente su fuerza de trabajo en los países firmantes de ese pacto ante la falta de expectativas de vida favorables en el propio.
Hoy las trasnacionales no piden permiso para instalarse en México. Muchas de ellas hasta son premiadas con beneficios fiscales y no pagan impuestos. En cambio, año tras año, miles de connacionales se ven obligados a renunciar a su país e incluso arriesgan la vida en su intento por encontrar un empleo y una mejor forma de vida en Estados Unidos, algo de lo que carecen en México. Los casos de Anastasio Hernández y el menor Sergio Adrián Hernandez son emblemáticos.
El primero vivió 27 años en aquel país. Contribuyó a la economía estadounidense y pagó sus impuestos. Al impedir su deportación, murió de feroz golpiza y descargas eléctricas a manos de 20 agentes de la Patrulla Fronteriza en la garita de San Isidro, California.
A su vez, Sergio Adrián Hernández, de 15 años, fue arteramente asesinado por otro agente fronterizo de California que le disparó desde el lado estadounidense. Al jovencito, caído en territorio de Ciudad Juárez, se le quiere responsabilizar de su muerte por haberle lanzado piedras al prepotente sujeto. El gobierno mexicano, en tanto, sólo ha emitido tenues comunicados diplomáticos y “fuertes declaraciones” condenando los hechos. Algo similar a cuando se hizo pública la entrada en vigor de la llamada Ley SB 1070 en Arizona, un ordenamiento racista y xenófobo que criminaliza a los indocumentados en ese estado de la Unión Americana.
Esa es la herencia maldita de Carlos Salinas: los capitales estadounidenses sí pueden entrar a México, pero los trabajadores mexicanos no pueden entrar a trabajar en Estados Unidos.
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