En los primeros meses de este año surgió un movimiento ciudadano cuyo propósito se hizo público mediante la consigna “No más sangre”. Después de atestiguar varias de sus acciones, valen la pena algunos comentarios para comprender mejor su existencia y relevancia en los tiempos que vive el país.
En primer lugar es un movimiento social que expresa la primera gran respuesta a la guerra decretada por Felipe Calderón en contra del narcotráfico y de las violentas secuelas que trae consigo. Es una respuesta contundente, surgida desde abajo, no ofrecida por un partido político de oposición alguno sino por un movimiento que emerge desde la sociedad civil.
No Más Sangre difiere de las marchas blancas de hace unos años convocadas, según afirmaron entonces, para acabar con la inseguridad. En este caso, el llamado a la acción y a la protesta tiene una raíz más progresista frente a los grupos que antaño salieron a las calles “en contra de la inseguridad”.
Llama la atención, por ello, que ahora tales participantes no se manifiesten con idéntica fuerza ante casos tan terribles como el asesinato de los jóvenes de Ciudad Juárez, de los masacrados estudiantes del Tec de Monterrey, de la artera ejecución de la señora Marisela Escobedo, de los integrantes de la familia Reyes Salazar caídos o, más recientemente, del hijo —y acompañantes— del poeta Javier Sicilia.
Podemos decir que este movimiento social contra la violencia, el crimen y la inseguridad cuestiona, además, la forma equivocada en que el gobierno federal ha actuado para revertir el problema. En vez de ello, a juzgar por los resultados, pareciera que lo exacerba, por lo que hace urgente modificar la estrategia —si la hubiera— o planificar alguna que sea más efectiva y menos nociva para la población.
Lo anterior, no hay que pederlo de vista sino subrayarlo, pone en entredicho el discurso de aquellas marchas
blancas que simplemente exigían aplicar mayor mano dura. Bueno, ahí está la mano dura. El gobierno federal ha involucrado a todas las policías, al ejército y a la marina en el combate a la inseguridad. Ha comprado más armamento, ha endurecido las políticas de fuerza contra el crimen y la delincuencia organizada, pero la intranquilidad y el miedo social no ceden. Al contrario, cada día se agudiza y crece la tensión en el territorio nacional.
Cómo explicarle al ciudadano que luego de cuatro años de guerra contra el narco aumentó en 120 por ciento el consumo de drogas ilegales. Cómo tranquilizarlo, si de 2000 a la fecha han muerto más de 100 mil mexicanos —entre delincuentes y civiles inocentes— en esta embestida.
Acaso por ello las acciones y convocatoria de No Más Sangre han tenido buena acogida. Su presencia territorial se extiende por el país. Acuden a ella nuevos actores, sobre todo muchos jóvenes de universidades públicas y privadas; cientos de mujeres, representantes de organizaciones no gubernamentales, sin excluir a personalidades del mundo de la cultura y el periodismo que, de esta forma, suman su censura al crimen, sí, pero especialmente a las fallidas políticas de Estado para reducirlo.
Que el movimiento se extienda tiene mucho que ver con la persistencia de sus convocantes. Iniciaron con acciones localizadas. Luego se expresaron en el Monumento a la Revolución y en el Zócalo capitalino. Realizaron movilizaciones simultáneas en varios estados de la República y ahora se les puede ver en jardines y plazas públicas.
Emplean también las redes sociales en internet. Vía Facebook y Twitter aumenta significativamente su presencia entre usuarios de estas tecnologías las cuales, por cierto, hace tiempo dejaron de ser sólo puntos de encuentro entre amigos para convertirse en redes de comunicación para la lucha y la sobrevivencia.
En el mensaje de No Más Sangre subyace un llamado a la paz, no a la guerra, no a más violencia; es una alerta que motiva a un cambio de estrategia, convencidos sus transmisores —los ciudadanos— de que atacar la violencia con más violencia sólo recrudece el fenómeno.
Lo que nos dice es que este país, nuestro México, necesita paz y requiere de otras estrategias para atacar al
crimen. Que necesita educación, cultura, empleos, reconstruir el tejido social en sus comunidades.
Por eso es muy importante voltear hacia este movimiento surgido desde abajo y que va adquiriendo una
presencia notoria a lo largo y ancho de todo el país.
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