México vive una de las peores crisis de su vida. No es sólo económica, sino general. En ella se enlazan la pérdida acelerada de empleos, de expectativas de vida, de nulo crecimiento económico. Pero también es una crisis ética y moral en las altas esferas sociales, acompañada de una violencia inusitada, absurda, indeseable. Y de otra crisis, la política, derivada de la imposición de un gobierno espurio tras la elección de 2006.
Por eso, los ciudadanos reprobaron al gobierno panista y a Felipe Calderón, empeñados en políticas públicas que empobrecen más a los más pobres. De ahí el hartazgo hacia un proyecto conservador, neoliberal, de derecha. Pero también la exigencia de un rumbo distinto para la nación.
No obstante, la elección de julio pasado también mostró la incapacidad de la izquierda para enviar un mensaje claro a la sociedad. Sin asumir su papel natural, no pudo capitalizar la tragedia económica y política del régimen. Tenía que aglutinar el descontento social, capitalizar la debacle del gobierno impuesto. Pero eso no sucedió.
Fue un grave error romper la alianza que significó el FAP entre PRD, PT y Convergencia, y descuidar el perfil y el grado de compromiso social de los aspirantes a los puestos de elección.
Pero el mayor error viene de más lejos: es el desencuentro de la actual dirección formal del PRD con el movimiento social y masivo que se generó en torno de Andrés Manuel López Obrador desde las luchas contra el desafuero, por la Presidencia y contra el fraude electoral. Mientras se alejaba de su mayor base social, esa dirección formal buscaba el acercamiento con Calderón.
Con ello, en vez de mostrar la imagen de oposición firme frente a un régimen usurpador, optó por el acercamiento. Prefirió el silencio, la mediatización de las posiciones propias, la negociación como fin en sí mismo. Una política cortesana en torno de un Ejecutivo impuesto. ¿Cómo no esperar inconformidad y frustración de las bases partidistas? Millones de electores del PRD reprobaron la falta de firmeza frente a un gobierno que tanto ha dañado a la sociedad mexicana.
La gente necesitaba el mensaje contrario. Si hay un gobierno que perjudica a la gente, lo menos recomendable es aparecer como su aliado. ¿Qué podría pensar el ciudadano que apostó por el proyecto de izquierda en 2006, que fue humillado por el fraude y la imposición de Calderón, que después resultó agraviado con políticas económicas y sociales empobrecedoras, al ver a personajes del perredismo sentados a la mesa con Margarita Zavala o el propio Calderón?
Por eso el PRD tuvo los peores resultados electorales desde 1991. Pero hay bases para la reconstrucción. Sumando los votos de PRD, PT y Convergencia en 2009 se logra casi la votación que tuvo el PRD en 2003, desde la cual se partió para el gran salto de 2006. Además, se cuenta con un movimiento popular en todo el país, que tiene una estructura en todos los municipios, con identidad y disposición para la lucha.
Hoy el movimiento que encabeza López Obrador es el referente nacional distinto. Es la oposición política real, la única capaz de convocatoria social, que enfrenta a la minoría que se beneficia de la riqueza nacional, que realiza movilizaciones nacionales sobre temas como la privatización del petróleo, la crisis o el rechazo al IVA en medicinas y alimentos, que denuncia el papel de Enrique Peña Nieto como punta de lanza de la continuidad del proyecto neoliberal.
Relanzar el proyecto de izquierda supone oposición firme, marcar distancia de Calderón y su gobierno, reconstruir alianzas políticas con PT y Convergencia, y el reencuentro entre el partido y el movimiento lopezobradorista. También, retomar el trabajo de base, acercarse a la gente, encabezar sus demandas y hacer propia su lucha.
En vez de acercamiento con Calderón lo que debe haber es una política de oposición. En vez de concertaciones dogmáticas hay que diferenciar el proyecto de la derecha y el de izquierda. No se trata de consensuar, sino de diferenciar. De dejar claro que hay proyecto de derecha (PAN, PRI) y el de la izquierda. La nueva línea política tiene que poner en el centro los problemas de la gente, sus necesidades y carencias. Reencontrar las demandas de los más pobres, lo que queda de clases medias, jóvenes, pequeños y medianos empresarios que producen para el mercado interno del país, con intelectuales y generadores de cultura.
En el debate interno la disyuntiva real es: retomar la línea política que nos permitió 35% de los votos (15 millones) en 2006, o seguir la línea que llevó al PRD a 12% y sólo 4 millones de votos.
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