El artículo 31 de la Constitución señala que son obligaciones de todos los mexicanos: “Contribuir a los gastos públicos, así de la Federación como del Distrito Federal o del estado y municipio en que residan, de la manera proporcional y equitativa de que dispongan las leyes”.
Esta ley suprema obliga a pagar impuestos a todos, “de manera proporcional y equitativa”. No establece ningún tipo de excepción, como las que fueron incorporadas con el tiempo en el sistema tributario, y que volvieron al país en una suerte de paraíso fiscal en favor de empresas que ganan miles de millones de pesos al año y que pagan menos impuestos que un trabajador asalariado.
El propio Sistema de Administración Tributaria reconoció que 400 de aquellas pagaron 85 mil millones de pesos de impuesto el año pasado en lugar de 850 mil millones que les hubiera correspondido si pagaran como lo hace cualquier contribuyente. De ese tamaño se ha distorsionado y pervertido la recaudación en México. Este es un país donde los pobres pagan más impuestos que los ricos; donde no se cumple el postulado constitucional.
El resultado de esta política fallida está a la vista. Quienes la impulsan y mantienen son corresponsables del daño causado a millones, carentes de lo básico para vivir. Debido a lo anterior, uno de cada cuatro mexicanos sobrevive con menos de dos dólares al día; 9% de los adultos son analfabetas; 8% de los menores tiene bajo peso, estatura y déficit de atención. Casi 3 millones de personas en edad de trabajar buscan sin éxito un empleo y casi 20 millones no tienen para comer.
El propio Banco Mundial ubica a las élites que controlan la actividad económica del país como una de las causas de la extendida desigualdad social: “Los monopolios rompen la posibilidad de desarrollo y de un crecimiento con mayor igualdad”, sostiene.
Calderón está al tanto de ello pero lo único que se le ocurre es acordar con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) aumentar los impuestos y crear nuevos.
Sobre lo otro, se conforma con simples pronunciamientos. En reunión con los 300 hombres de negocios más importantes del país, en el lejano septiembre de 2007, criticó a las minorías privilegiadas “porque no han asumido su liderazgo y responsabilidades reales con la historia y con la actual generación de mexicanos”. Ante ellos se preguntó “cuántas fortunas se han construido sobre la sangre y sobre el dolor” de los pobres en México.
Desafortunadamente, tras la reacción de enojo de los ahí presentes, Calderón simplemente se olvidó del tema y prefirió seguir cobrando impuestos a los de siempre. Aunque él sabe qué hay que hacer, no se atreve y prefiere mantener vigente el paraíso fiscal para no incomodar a sus amigos, que son, por ello, su único sostén.
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