En los merecidísimos festejos por los primeros 100 años de la UNAM se ensalzan los grandes logros de esta importante institución de México y Latinoamérica. Es la UNAM el cerebro del país, su inteligencia y conciencia crítica. En ella se hace más de la mitad de toda la investigación científica nacional. Además, es la gran formadora de los docentes que enseñan en otras instituciones.
No obstante, ha faltado reconocer la actuación de un actor central: los estudiantes. Sin ellos no podría entenderse lo que es hoy la UNAM. Ellos conquistaron en 1929 la autonomía, con don Alejandro Gómez Arias al frente, mediante un vigoroso movimiento estudiantil que llevó a la huelga a esa institución por unos días.
Los estudiantes lograron masificar la educación superior tras el movimiento estudiantil de 1968. Establecieron la conectividad entre el bachillerato y la licenciatura mediante el movimiento estudiantil de 1966, aprobando el llamado “pase automático”. Conquistaron también la gratuidad de la educación superior con el histórico movimiento del Consejo Estudiantil Universitario (CEU), que en 1986 rechazó el alza de cuotas. Defendieron, además, la libertad de cátedra al oponerse a un examen departamental que impedía al profesor evaluar a sus alumnos, y en 1999 la inclusión de los jóvenes más pobres en las aulas universitarias. Lo anterior no habría sido posible sin el concurso de los estudiantes y sus grandes movimientos.
Y es que entre 1985 y 1999 se quiso imponer un discurso oficial privatizador que pugnaba por hacer pequeña y elitista a la UNAM. Afortunadamente, los movimientos estudiantiles lograron transformar tal concepción y tornarlo en defensa de la universidad pública y gratuita. Los movimientos lograron ese cambio. Ha sido por el bien de la UNAM y del país.
Quienes defendimos la gratuidad de la educación superior desde los 80, y en diversas responsabilidades públicas, hemos pugnado por un mayor presupuesto para la UNAM. A finales del 2000 pudimos lograrlo. Los coordinadores parlamentarios de la LVIII legislatura, Beatriz Paredes (PRI), Felipe Calderón (PAN) y un servidor (PRD), recibimos al entonces rector Juan Ramón de la Fuente. Planteó el tema del presupuesto. Casi todos lo apoyamos a excepción del coordinador del PAN. Éste dijo que las universidades privadas deberían considerarse también como públicas, por lo cual a la UNAM no debería dársele un presupuesto privilegiado.
Afortunadamente, de 2000 a 2003 despegó de nuevo su presupuesto. Los enviados del entonces rector a San Lázaro tuvieron una acogida cordial y fructífera. Total apoyo, especialmente de los legisladores de izquierda en el Congreso de la Unión. Esa legislatura cerró con broche de oro. Decidió colocar en los muros de la Cámara de Diputados el nombre de la UNAM en letras de oro.
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